La mujer moderna de la burguesía bilbaína tenía su referencia en París y el prototipo del hombre moderno era el inglés y en cierta medida también el francés. La incansable labor manual de las innumerables modistas y costureras de la época consiguió hacer realidad infinidad de trajes hechos a mano que requerían de una destreza y habilidad inimaginables a día de hoy, inspirados todos ellos en las tendencias que llegaban fundamentalmente desde París y Londres.
La elegancia se difundía a través de revistas y publicaciones, en ocasiones extranjeras, que promocionaban no sólo una moda a seguir sino un estilo de vida en el que la mujer ocupaba un lugar alejado de los grandes temas, decisiones e inquietudes que la modernidad había puesto sobre la mesa y que reservaba a los hombres.
Eran escasos los puestos de trabajo a los que podían acceder las mujeres trabajadoras y en éstos la convivencia de género era inexistente, salvo en el caso de los negocios familiares. La venta y las labores del hogar eran los sectores en los que principalmente encontraban ocupación; sardineras, lecheras, tenderas, criadas, amas de cría, lavanderas, planchadoras…
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